(cuento)
A Rómulo le cuesta respirar, la canícula aplica todo su rigor estival. El sol recién salió del cenit, la sombra escasea y la brisa casi no existe. Hace varios meses que no llueve y la poca ingesta de líquidos hace casi inexistente la transpiración. Por lo general las gotas de transpiración acariciadas por la brisa, producen una sensación de bienestar agradable. La deshidratación de Rómulo está en límites tales que comienza a afectar su lucidez. Hace un rato recordó que tenía una botella en la cabaña y fue hacia ella. La reacción fue inmediata, recordar el líquido transparente contenido en la botella despertó en él una intensa necesidad de beberla, se levantó de un brinco, y saliendo de la mínima sombra que le regalaba el cactus sobre el que estaba arrecostado, se dirigió a la casucha a la que llama cabaña. Tomó un vaso grande y lo llenó a pleno, haciendo escasear la botella que se encontraba casi llena.
― ¿Cómo había olvidado que tenía esto acá? ― piensa ― ¡Qué tonto soy!
Dispone su mente para disfrutar del pasaje de la refrescante agua a través de la garganta reseca. De un trago consume el contenido del vaso, y … ¡queda sin respiración! con la boca abierta y los ojos desorbitados. Su conciencia se ilumina, ahora encuentra la explicación de por qué la botella aún esté casi llena, no es agua ¡es tequila! Y se acaba de bajar un vaso de un único trago, imaginando que se trataba de agua. Es efecto de la pérdida de lucidez mental, la deshidratación está distorsionando sus razonamientos. Casi se desmaya, se sienta en un banco hasta recuperar algo el aliento. El aire contenido en la cabaña parece tener menos oxígeno que el de afuera. Con algo de esfuerzo se incorpora, sale y vuelve a sentarse en el suelo arrecostado al nopal que le regala algo de sombra, si no fuera por estos cactus, sería imposible vivir en este sitio, la aridez del desierto es atenuada por la compañía de estas islas de frescura, se siente como en un oasis, sin agua ¡claro!
El sombrero de ala ancha, de paja trenzada, complementa la exigua sombra que le proporciona su rústica reposera. El bochornoso ambiente invita a que llegue la somnolencia característica de la hora de la siesta. La modorra, el cansancio, la falta de agua y oxígeno, sumados al exceso de calor, más el tequila, hacen el resto. Los párpados se cierran, la cabeza se agacha, la respiración enlentece, y da la sensación de que el tiempo se detiene. Rómulo se duerme, su perro no lo había esperado, acaba de despertarse, escuchó algo que lo sobresaltó, está echado bajo una mesa de madera guarecida por el alero de la casa. Levanta la cabeza y mira hacia lo lejos.
Rómulo levanta un poco la cabeza y abre los párpados, mira sin ver, pero también fija su vista a lo lejos. Ve venir a una hilera de hormigas, encabezadas por su líder, la Reina. Avanzan a paso firme, demuestran fuerte determinación. En la zona más baja del terreno se detienen, y la líder da instrucciones. Rápidamente se percibe un movimiento que las coloca a todas formando un círculo, la Reina se aleja, se ubica en un punto más elevado y analiza el terreno. Se para en dos patas y eleva su cuerpo, quedando en posición vertical. Con sus brazos en alto da instrucciones complementarias, el círculo se desplaza lateralmente, sin desarmarse, van cambiando de lugar sin perder sincronización, parecen muy bien organizadas. Llega un momento en el que la Reina parece haber logrado el objetivo deseado, baja del montículo y vuelve junto al grupo. Curiosamente la zona circunvalada por las hormigas contiene el espacio de suelo de color más verde, es como que eligió el espacio donde el pasto todavía no estaba totalmente seco. Rómulo sigue mirando sin ver, es sólo un espectador pasivo, e inconsciente. Ante una orden dada, las hormigas comienzan a rascar la tierra, primero cortan las pequeñas hojas y raíces del pasto, y las acumulan fuera del círculo, luego comienzan quitando piedrita por piedrita, guijarro por guijarro, y comienzan a generar un hueco en el árido y reseco suelo. Todas trabajan un rato, hasta que la Reina indica detener las acciones y volver a sus posiciones de origen, delimitando nuevamente el círculo del comienzo, mientras ella se dirige el montículo alto, desde allí inspecciona a distancia el resultado del trabajo de sus compañeras, han avanzado poco, baja y se dirige a una de las hormigas, le da algunas instrucciones. La hormiga aludida se aleja del grupo y va junto al perro de Rómulo, se acerca a él y le habla, le dice cosas que Rómulo no alcanza a escuchar, el perro agita la cabeza, la hormiga regresa junto a su Reina. Conversan un momento y ahora es la propia Reina quien se dirige a hablar con el perro. Se mantiene un rato hablando con él, a la distancia, por las gesticulaciones de sus brazos se capta la insistencia con que se expresa, el perro sigue sacudiendo la cabeza, marcando gestos de negación, la hormiga sigue insistiendo, hasta que finalmente el perro se incorpora y la sigue. Cuando ella llega junto a sus congéneres, les da instrucciones y todas se alejan, ahí es cuando le dice algo al perro de Rómulo y él comienza a excavar el suelo con sus patas delanteras, genera una nube de polvo y tierra detrás suyo, siendo notoria la rapidez con que aumenta el espacio vacío en el centro del círculo, al rato, al perro ya no se lo ve, ha quedado debajo de la línea del suelo, metido dentro del pozo que ha ido generando. En determinado momento, dando un fuerte salto, sale y habla algo con la hormiga Reina, ella le agradece efusivamente y él retorna a su sitio de descanso, buscando la sombra de la mesa que está bajo del alero. Las hormigas se vuelven a movilizar y acarrean todo el material suelto que dejó el trabajo del perro, alejándolo, al finalizar eso, se dividen en dos grupos, la mitad de ellas se mete en el agujero y siguen sacando más tierra, entretanto las otras lo acarrean lejos del círculo original. La tierra que sacan es cada vez más oscura. Rómulo sigue aturdido por la semi somnolencia de la siesta estival.
A media tarde las hormigas se retiran y se ubican bajo la sobra que comenzó a generar uno de los costados de la cabaña, el sol se ha ido acercando al horizonte y ha bajado un poco la fuerza de su intensidad, las hormigas descansan, algunas también duermen la siesta, el perro hace rato que volvió a estar profundamente dormido, el trabajo de quitar tierra lo dejó agotado. Pasa el rato, la tarde continúa, silenciosa.
El perro de Rómulo levanta la cabeza, flexiona las narinas y agudiza el olfato, se incorpora y apunta con su hocico hacia el pozo, se dirige lentamente hacia allí y se detiene en el borde. Al rato agacha su lomo y esconde la cabeza en el agujero, se escucha un sonido a chapoteo que despierta a las hormigas, las que también se dirigen al mismo lugar. El perro vuelve a su sombra, moviendo la cola, con el hocico mojado, pasándose la lengua por los labios, parece sonreír. Las hormigas están un rato dentro del pozo, hasta que, lentamente regresan por donde vinieron, despacio, sin apuro, algunas juguetean entre ellas.
Cuando Rómulo despierta ve alejarse a las últimas hormigas. Dirige la mirada a la zona en la que antes estaban las últimas briznas de pasto y nota el pozo, ahora parece como si fuera un estanque, o un revolcadero de patos, pero percibe un olor agradable, sabe lo que es. Ahora, luego de la siesta, Rómulo mira distinguiendo lo que mira, ahora Rómulo mira viendo que, como por arte de magia, ha aparecido un espejo de agua en su patio, y, con gran avidez, sacia una sed muy antigua.
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El cuento relatado arriba forma parte del libro
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